Realizar elecciones es uno de los elementos de la autodeterminación
pero no el único y, probablemente, tampoco el más importante. Existen otra
serie de habilidades que componen la conducta autodeterminada y que deben ser
tenidas en cuenta: tomar decisiones, resolver problemas, autoconocimiento,
autoestima, establecimiento de metas significativas para la persona…
Cuando hablábamos de control, veíamos que nadie puede, ni quiere,
controlar todos los aspectos de su vida, en todos los momentos. En ese sentido,
si tomamos la realización de elecciones como el valor supremo podemos incluso a
crear cierto estrés y desorientación en la persona.
Es importante que las personas con discapacidad intelectual elijan en
actividades y áreas significativas para ella. Pero más importante aún es saber que
esa habilidad se practica, se mejora, se aprende, se perfecciona. En alguna
otra ocasión también lo hemos dicho: la persona tiene derecho a la protección,
antes que a la elección. Con un ejemplo muy sencillo (que, necesariamente,
simplifica la realidad): no dejamos que un niño deje de ir a la escuela porque
así lo ha decidido, porque ha elegido quedarse en casa y no madrugar.
En el caso de las persona con discapacidad hay que tener en cuenta que
muchas de ellas están acostumbradas a hacer siempre lo que terceras personas
eligen y deciden. Por eso, la autodeterminación es un proceso; no podemos, de
la noche a la mañana, dejar en manos de la persona todas las decisiones y
elecciones que hasta el momento han sido responsabilidad de otros. Pasar de
cero a cien, en ese sentido, puede ser estresante. ¿Por qué si era importante
que eligiera, nadie me ha preguntado nunca? ¿Cómo se qué tengo que hacer ahora?
¿Por qué si siempre me han dicho cómo actuar, ahora me dejan solo/a?
Es como el pájaro criado en una jaula. Difícilmente echará a volar si
abrimos la puerta sin avisar…