Todos hemos leído historias asombrosas de personas
que, aún teniendo alguna discapacidad, muestran habilidades especiales o un
dominio extraordinario de ciertas actividades. Personas con autismo que dibujan
de modo extra realista con solo haber pasado la mirada por un paisaje o que son
capaces de tocar de memoria melodías que apenas han escuchado un par de veces.
También
a todos nos llegan noticias de personas que, de algún modo, se salen de la
norma de la población con discapacidad y consiguen logros considerados por
muchos como inalcanzables. Es el caso, por ejemplo, de personas con
discapacidad intelectual que se licencian en la universidad, o parejas con
discapacidad que cuidan y educan a sus hijos de modo normalizado. Con frecuencia, los titulares que
encontramos en los medios sobre las personas con discapacidad giran en torno a
proezas, situaciones extraordinarias, poco comunes y llamativas (y, si no, en
torno a desgracias y tragedias). Y, como buenos titulares, por un momento nos
vemos sorprendidos al leerlos: ¿será que algo está cambiando? ¿será que, en el
fondo, las personas con discapacidad tienen un don especial? ¿son
seres incomprendidos que, sin embargo, esconden historias maravillosas?
Además
de esto, es común también que los más cercanos a las personas con discapacidad
también caigan (caigamos) en afirmaciones y pensamientos del tipo “mi
hermano/hijo/sobrino… es especial… Tiene una sensibilidad que no la ves en
otras personas. Es que, de verdad, son especiales…” . Como es natural, tendemos
a considerar a aquellos que queremos como seres fuera de la norma, con
personalidades o cualidades concretas que los hacen únicos. Y es lógico.
Sin
embargo, aquí llega el peligro. Las personas con discapacidad son, ante todo,
personas. Y, como todas, tienen sus cualidades y sus limitaciones. También,
como todas, experimentan a lo largo de su vida éxitos y fracasos. Viven
emociones negativas (como el miedo, la rabia, la envidia, la culpabilidad, el
temor…) y emociones positivas (alegría, amor, ilusión, orgullo…). Las personas
con discapacidad, como todas, aprenden y desarrollan nuevas habilidades. Otras,
con el tiempo, se van deteriorando y perdiendo. Las personas con discapacidad,
como todas, a veces no consiguen sus objetivos. Otras veces los logran y,
además, los superan. Cada persona con discapacidad, como cualquier otra, tiene
además sus propias expectativas y metas. Las medidas del éxito, por lo tanto,
no son universales. Lo común para alguien puede ser inalcanzable para mí.
Las
personas con discapacidad, como todas las demás, merecen ser queridas
por lo que son. Y no por lo que consiguen o demuestran.
Exigen respeto y apoyos, que deben ser brindados sin condiciones. Y, aunque es
cierto que existen esos seres extraordinarios que muestran los titulares, la
mayoría de personas (con y sin discapacidad) somos gente corriente. Pero no por ello
menos únicas…