Me acerco dos pasos, ella se
aleja dos pasos.
Camino diez pasos y el
horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine, nunca
la alcanzaré.
¿Para qué sirve la utopía?
Para eso sirve: para caminar
Galeano (2006)
La inclusión de los alumnos/as
con discapacidad intelectual es un tema muy debatido, analizado y comentado
desde hace algunos años. Durante las últimas semanas, la inclusión ha sido protagonista
de muchas conversaciones entre profesionales, familias y población en general.
En parte, porque quedan todavía muchos retos por resolver y, en parte, por
experiencias como la de Daniel (descrita por Carmen en su blog Cappaces).
Daniel, un niño de 11 años, de Palencia (que, además, tiene autismo), ha sido
obligado –por ley- a estar escolarizado en un centro de educación específico.
Noticias como esta hacen que
pensemos, y repensemos, el concepto de inclusión, su naturaleza como derecho,
el papel de los padres y madres en las decisiones que afectan a la vida escolar
de sus hijos, la formación de los profesionales, la presencia o no de recursos,
etc. Pero, sobre todo, nos advierten de la necesidad de conocer mejor las
actitudes, creencias, prejuicios, mitos, barreras mentales y miedos de quienes
día a día, pudiendo convertir la inclusión en una realidad, la siguen
concibiendo como una utopía inútil de un grupo de ingenuos que no quieren
afrontar las dificultades y que se empeñan en negar la discapacidad.
De todos los comentarios hechos,
leídos y escuchados acerca de este tema, rescato la siguiente imagen –basada en
las palabras de Gerardo Echeita en alguna de sus obras- que puede ser un
ejercicio de reflexión personal para todos...
Todavía quedan muchos obstáculos para conseguir la plena inclusión de los alumnos con discapacidad. Existe aún un muro, de piedra, que hace que, una y otra vez –en algún centro, en alguna ciudad- fracase el proceso de inclusión de un niño diferente. Cada ladrillo de ese muro contiene una creencia, un mito, una actitud negativa o un miedo que frena este proceso.
Sin embargo, existen pequeñas grietas entre los ladrillos que hacen que cada uno de ellos se mueva, aunque sea unos milímetros, al empujarlo. Si uno se fija bien, en algún punto del muro, éste se debilita al ejercer presión sobre él.
Si cada uno de nosotros escogiera un ladrillo y con todas sus fuerzas tratara de moverlo, al final, el muro acabaría cayendo por sí mismo. No hace falta que sean todos a la vez, no hace falta que una sola persona lo destruya. No hace falta que sea hoy. Pero sí que sea un esfuerzo de todos. No importa si eres docente o no, o que tengas relación con la discapacidad o no. No importa que te dediques a la atención directa, a la investigación, que estés estudiando, o que seas voluntario en una organización. Seguramente si te concentras en alguna de las barreras que se ven reflejadas en el muro, podrás contribuir a la inclusión educativa y social de las personas con discapacidad.
Porque, en definitiva, si somos capaces de levantar muros, también debemos ser capaces de derribarlos.