jueves, 21 de julio de 2016

Tópico 2. Las personas con discapacidad están mejor con personas “como ellas”

Se supone que todos preferimos convivir con personas con las que compartimos rasgos. Parece comprobado que elegimos gente “parecida” como amigos, parejas, etc. Fundamentado en esta razón, se suele pensar que las personas con discapacidad deberían pasar todo su tiempo y actividades con otros también con discapacidad. Pensamos que esto es así porque, decimos, se van a comprender mejor entre ellos, se encuentran entre iguales, se van a sentir más cómodas… Reducimos el ambiente social al círculo de la “discapacidad” porque, creemos, es el contexto natural en el que las personas se van a sentir aceptadas. ¿Cuánto hay de cierto, y cuánto de mito o tópico en esta afirmación? 

Tópico 2
Las personas con discapacidad están mejor con personas "como ellas"

Primero, es difícil saber a qué nos referimos cuando decimos que las personas con discapacidad están más cómodas con personas “como ellas”. ¿Hablamos de que tengan la misma discapacidad? ¿En cuanto a condición? ¿En cuanto a grado? ¿Las organizamos por tipos de discapacidad? ¿Cómo juzgamos el “nivel de parecido” de dos personas con discapacidad? ¿Quiénes somos para decir que ambas pertenecen a un mismo grupo? ¿Cómo nos atrevemos a juzgar que, en base a su discapacidad, se van a sentir parte de una identidad común? ¿Pesa más la discapacidad que otros rasgos como, por ejemplo, la edad, el colegio al que asisten, el barrio en el que viven…? Juzgamos demasiado deprisa que las personas con discapacidad no van a tener nada que compartir con aquellos sin discapacidad. De igual manera, nos apresuramos a pensar que dos personas con discapacidad, de manera natural, van a congeniar. 

Es cierto que la discapacidad puede imprimir cierto sentido de identidad a un grupo. Es decir, dos personas con síndrome de Down, es probable que compartan inquietudes, experiencias, preocupaciones y vivencias. Pero, recordemos, la discapacidad no es el único rasgo que define a una persona. No podemos inferir que dos personas, con la misma discapacidad, tienen los mismos gustos, hobbies, aficiones, expectativas, objetivos. El efecto halo de la discapacidad nos hace pensar que son todos iguales y nos olvidamos de que hay vida más allá. Hay personalidades, caracteres, gustos, individualidades, diferencias. No todas las personas con discapacidad son iguales; del mismo modo que no somos iguales todos los españoles (aunque compartamos experiencias), ni todas las mujeres (aunque compartamos experiencias), ni todos los treintañeros (aunque compartamos experiencias)… No debemos olvidar, “la diversidad en la diversidad”.

El hecho de que una persona con discapacidad pase tiempo con otras personas con discapacidad no es incompatible con frecuentar también otros círculos o amistades. No es cuestión de decidir entre "vivir en inclusión" o "vivir en el mundo de la discapacidad". Es decir, un adolescente con síndrome de Down puede preferir estar los sábados por la tarde con sus amigos con síndrome de Down con los puede sentirse más cómodo o identificado. Esto no quiere decir que no pueda jugar en el equipo de fútbol de su barrio, o que quiera acudir a la cena con sus compañeros de instituto, o que aspire a un empleo normalizado y no en un centro especial.

Ha sido tradición durante décadas, decidir por las personas con discapacidad, en su nombre, hablar por ellas, organizar por ellas. No hemos enseñado y apoyado a las personas con discapacidad a elegir, a decidir, a salir de su círculo más cercano, a atreverse a conocer nuevos “mundos”. Por eso, quizá se sientan más protegidas, cómodas y libres en entornos cerrados, con otras personas con discapacidad que –como ellas- están poco acostumbradas a la inclusión. Pero no porque su naturaleza las determine, sino porque sus experiencias de vida así las han condicionado. ¿Cómo no elegir estar protegido si la alternativa es vivir en la exclusión? 

Finalmente, aunque en cierta medida buscamos personas parecidas con las que compartir nuestra vida, también disfrutamos con aquellas que nos sorprenden y nos enseñan nuevos mundos... Amigos diferentes, por cultura, por experiencias, por personalidad, que nos aporten aquello que nosotros no tenemos o no hemos vivido.  La diversidad siempre enriquece. Y la vida está llena de diversidad, ¿por qué negársela a las personas con discapacidad? Todos merecemos disfrutar y vivir en un mundo real, que por definición es un mundo diverso. Y, por mucho que a mi me guste mi barrio, por mucho que disfrute con mis amigas del colegio, si me prohibieran salir de allí o me dijeran que “por mi bien” no puedo conocer nada más, me resistiría. E intentaría abrir todas esas puertas que me son cerradas.   Así que ¿por qué no han de hacerlo las personas con discapacidad?