miércoles, 10 de febrero de 2016

MIEDO

Especial, raro, discapacitado, deficiente, limitado, diferente, incapacitado, tonto, inadaptado, anormal, torpe, lento, excéntrico, inhábil, dependiente, lerdo, enfermo, mongolo, subnormal, difícil, incompetente, ineducable, minusválido, extraño, incapaz, zoquete, retrasado, idiota...  
Son algunos de los nombres que, a lo largo de las décadas, hemos ido dando a las personas con discapacidad. Quiero creer que no ha sido por maldad o egoísmo sino por miedo. Hemos puesto etiquetas para no ver a la persona. Para despreocuparnos de tener que conocerla, que indagar, que ver más allá de su diagnóstico. Hemos asignado categorías para justificar la separación. Hemos organizado en "cajones" separados los tipos de persona. Y todo por el miedo a reconocer que no éramos capaces de responder a las necesidades de un otro diferente.
Miedo a reconocer que es la sociedad la que era, y es, discapacitada, limitada, incapaz, insegura. Miedo a decir “no se qué hacer, ni cómo comprender a esta persona”. Miedo a lo diferente, lo inesperado, lo infrecuente. Miedo a ser señalado o estigmatizado. Miedo a la vulnerabilidad, y a la “no perfección”. Miedo a los fallos, a la lentitud, a un modo de funcionar diferente, a la "no-productividad"... Por eso, lo más sencillo ha sido echar la culpa a las personas con discapacidad que son quienes no se adaptan, no siguen el ritmo y no cumplen con los estándares de normalidad socialmente aceptados. Por eso, son ellas quienes no pueden participar en nuestra sociedad, en nuestras escuelas, en nuestros barrios, en nuestro sistema político... Deberíamos, además, resignarnos a que sea así. Como dicen muchos por ahí "si no se puede, no se puede, mala suerte..."
A pesar de que para muchos esta es la postura más cómoda, algo está cambiando. Las propias personas con discapacidad han despertado (desde hace años) y se rebelan contra esa culpa, injustamente asumida, tan pesada. Son ellas quienes reclaman sus derechos y piden oportunidades. Son ellas las primeras que reconocen sus limitaciones (sí, la discapacidad está ahí...) y señalan las de su entorno. Y son ellas quienes nos enseñan cómo desprendernos del miedo.
Y una vez liberados del miedo, entonces podemos empezar a trabajar. 

Activistas en una protesta en 1977 (Foto de Anthony Tusler)

Foto: Tom Olin




Protesta de la organización ADAPT