Presencia, aprendizaje y participación son los ejes de la inclusión educativa. En el
caso de los niños con discapacidad resulta especialmente complicado “traducir”
estas condiciones en una realidad. Sin embargo, cada una de ellas es
absolutamente necesaria. Recordemos que:
- No podemos hacer inclusión “a distancia”: en centros especiales, con programas especiales, a cargo de profesionales especiales, mediante actividades especiales, en mundos especiales…
- Si el alumno está, pero no aprende, no es inclusión.
- Si el alumno está, aprende pero no participa en la vida escolar no es inclusión.
Algunas ideas que puedan inspirar el camino iniciado hacia
las escuelas inclusivas y que, sobre todo, ayuden a los docentes a comprender la "mecánica" de la inclusión...
PRESENCIA:
Básicamente consiste en que alumnos con y sin necesidades
especiales compartan espacios y tiempos. Es decir, cuidar que realmente el
niño/a esté presente en la convivencia diaria (Es que como la silla de ruedas ocupa mucho, lo ponemos siempre detrás,
donde no estorba al resto. Cuando llueve, no sale al patio y se queda en el
gimnasio porque nos da miedo que se coja algo,
en música no participa en las actividades porque se mueve tan poco que
no sé qué instrumento darle…). De hecho, es la poca relación que
históricamente hemos tenido con personas con discapacidad la que hace que se
mantengan prejuicios, miedos, mitos, etc. Por eso, el primer paso para
conseguir una escuela (sociedad) inclusiva es: estar en el mismo centro
educativo, el mismo barrio, mismo cine, mismo mundo. Las personas con
discapacidad ni pertenecen, ni están, ni se merecen un mundo aparte.
En la escuela, debemos asegurar acceso físico y cognitivo:
- Físico: accesos del centro y del aula, materiales, mobiliario, posibilidades de movilidad por todo el espacio del centro, control por parte del niño del contexto físico (que pueda apagar las luces, que pueda ordenar sus materiales, que sea capaz de meter sus libros en su taquilla), etc.
- Cognitivo: organización del centro y del aula comprensible para los alumnos con discapacidad, revisión de las actitudes de los docentes hacia la discapacidad, etc. Para ello hay que analizar de manera detenida el contexto para comprobar qué obstáculos dificultan el acceso y la presencia del niño en el aula.
Las barreras físicas son relativamente sencillas de detectar
(El niño no llega al baño, el aula de
informática está en el quinto piso y no hay ascensor, los carteles de las aulas
no son comprensibles para el niño…), pero las barreras psicológicas son
complicadas de detectar y de cambiar (Los
niños con discapacidad no deberían estar aquí, no tienen capacidad para
aprender, están retrasando el aprendizaje del resto…). Y son precisamente
estas últimas (las actitudes y percepciones de los docentes) las que marcan la
diferencia.
APRENDIZAJE:
La presencia es requisito indispensable en un sistema
educativo inclusivo. Pero ¿qué ocurre dentro del aula? ¿Qué pasa con la vida
escolar en sí misma? ¿Aprenden los alumnos con discapacidad? ¿Logran los mismos
avances académicos que si estuvieran en centros especiales? Una vez que se
comparten espacios, docentes, currículum, la clave está en la diversificación
metodológica. Para ello, hay que adaptar la enseñanza a las necesidades del
alumno y no al revés. ¿Cómo?:
- Planteando objetivos realistas, adecuados a las capacidades del alumno (a las que ya tiene y a las que podría desarrollar con apoyos). Sería conveniente que los objetivos para el alumno con discapacidad fueran lo más cercanos a aquellos que le corresponden por edad o etapa educativa.
- Conociendo los estilos de aprendizaje y los intereses del alumno. Tenerlos en cuenta, realmente, a la hora de realizar las propuestas pedagógicas. Convertir los gustos e intereses en oportunidades para el aprendizaje. Y recordar que aunque el objetivo puede ser uno para todos los alumnos, las maneras de alcanzarlo son múltiples.
- Planificando actividades inclusivas, accesibles para todos los alumnos. Buscar elementos comunes que faciliten el trabajo en el aula y nos permitan gestionar de manera eficaz el tiempo (Yo les enseño la canción a mis alumnos, y luego la adapto a lengua de signos para mi alumno que no oye, y él la aprende los miércoles por la tarde en una hora extra de apoyoà ¿Por qué no enseñar la canción, cantada y en lengua de signos, a todos los alumnos desde el principio?)
- Proteger al alumno con discapacidad de las experiencias continuadas de fracaso. ¿Le preguntamos al niño qué se le da bien? ¿Hablamos con él sobre sus cualidades? ¿Le permitimos elegir tareas que le supongan una satisfacción personal? ¿Se refuerzan sus logros de la misma manera que los de los compañeros?
- Servirse de los apoyos técnicos correspondiente (muchos de los cuales pueden ser incluso “creados” por los propios docentes: instrumentos musicales adaptados para el niño con parálisis cerebral, mapa en relieve para el niño que no ve bien, pictogramas para el niño con autismo, etc.). Apoyarse en especialistas en estas áreas (el docente de aula no tiene por qué ser experto en todo, sino que se tiene que servir de aquello que le facilite el trabajo diario).
- Poner en marcha determinadas estrategias: tutorización entre iguales, trabajo cooperativo, procesos de resolución de problemas, aprendizaje a través de actividades funcionales y diarias, uso de apoyos visuales, estructuración con rutinas… Vivir cada día en el aula como una oportunidad para descubrir nuevas estrategias.
PARTICIPACIÓN:
La última condición, la participación, tiene que ver con
objetivos que vas más allá de lo académico: autoconocimiento, autonomía,
relaciones interpersonales, habilidades sociales… La meta final del proceso
inclusivo debería ser generar un sentimiento de pertenencia en todos los
alumnos. Para ello:
- Hacer al alumno con discapacidad partícipe de la vida diaria del aula, que ofrece muchas oportunidades para el aprendizaje, más allá de las actividades propiamente académicas (en un aula hay que limpiar, organizar el espacio, realizar votaciones, preparar cumpleaños, etc.).
- Facilitar al máximo la comunicación, teniendo en cuenta las peculiaridades del niño con discapacidad (podemos comunicarnos de muchas maneras, y no siempre tiene por qué ser mediante lenguaje oral!). Prestar atención a las relaciones que se establecen entre los alumnos en diversos espacios y tiempos (en el recreo, en las excursiones, en los pasillos…).
Y, como siempre (y no me canso de repetirlo), la tarea
fundamental de todos los profesionales: considerar a cada alumno como único,
más allá de esa etiqueta de discapacidad que, en apariencia, lo define. Disfrutar y aprovechar la diversidad como una fuente de
enriquecimiento personal para todos. Aprender de otras maneras de ver, comprender, sentir y vivir.
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