Pedro tenía 38 años, era de un pueblo del norte de España y su única familia era su madre, viuda desde que él era muy pequeño. Además de discapacidad intelectual, Pedro tenía una discapacidad visual importante. Como solía decir: "no veo un pimiento rojo". Y era verdad. A pesar de eso, sabía manejarse muy bien solo, tenía una serie de rutinas que cumplía día tras día, sin necesidad de ayudas. Llevaba unas gafas grandes, grandísimas, negras, con un cristal muy ancho, que le hacían unos ojos inmensos. Continuamente se le resbalaban por su nariz anchota. Solía subírselas empujando el cristal con el dedo índice, dejando grandes huellas que no se molestaba en limpiar.
Desde hacía 5 años, Pedro vivía en la residencia de un centro especializado en parálisis cerebral. Estaba muy contento y participaba en todas las actividades; especialmente en cualquier clase de evento deportivo. Cuando iba a jugar a slalom se sentaba en una silla de ruedas vieja, polvorienta, de tercera, cuarta o quinta mano, que había en un trastero del centro, y competía contra sus compañeros.
Que no andaban, claro.
Ilustración: Clara Belén A.T.
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