La vida de Helen Keller es
sorprendente, igual que lo son todos sus escritos en los que transmite su
peculiar forma de percibir y relacionarse con su entorno. Durante las primeras páginas de
su obra El mundo en el que vivo,
Helen se dedica a hablar de sus manos…
Mi mano es para mí lo que el oído y la vista son para vosotros. Viajamos por las mismas carreteras, leemos los mismos libros, hablamos el mismo idioma, y si embargo nuestras experiencias son distintas. Todas mis actividades giran sobre mi mano como sobre un eje. La mano es lo que me une al mundo de los hombres y de las mujeres. La mano es mi antena, con ella salgo del aislamiento y de la oscuridad, y aprovecho cada placer, cada actividad que mis dedos encuentran a su paso. Con una simple palabra que la mano de otra persona dejó caer en mi mano, un leve movimiento de los dedos, empezó la inteligencia, la alegría y la plenitud de mi existencia.
La vida de Helen Keller fue un
tiempo soledad y vacío, hasta que Anne Sullivan decidió poner el mundo en sus
manos. Y esa es, realmente, la tarea de
todos los educadores: hacer del conocimiento, la belleza, el placer, la
naturaleza… elementos accesibles para aquellos que, como Helen, parecían destinados a no disfrutar de éste, el mundo en el que viven.
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