Sobre cómo un padre enseñó a
caminar a su hijo. Y así, igual que se aprende a
andar, se aprende a vivir…
Extracto del libro de G. Latorre (2013). SOS… Mi hermano es síndrome de Down. Un feliz
paseo por la vida (páginas 102,103).
Una vez me comentaba el padre de un alumno del centro, con síndrome de Down, de qué medio se sirvió para que su hijo se soltara a caminar. Fue el siguiente:
(…) en aquellos años, principios de la década de los setenta, y en una de las aldeas más rurales de Galicia, con el aislamiento y el desconocimiento que ello suponía, prácticamente sólo contaba con su impulso paterno natural para sacar adelante a ese hijo. Relataba que muchas veces le acompañaba a las labores del campo. Lo sentaba en el erial mientras él faenaba. Su hijo había logrado la bipedestación pero tenía mucho miedo. Buscaba ansiosamente la mano de su padre y se asía a ella para garantizar su seguridad y tranquilidad. No había forma de desasirse de ella, hasta que en cierta ocasión el padre, que se encontraba podando, cortó un palo grueso que le dio al hijo para que lo cogiera de un extremo; él lo agarró del otro y así caminaron juntos.
Tras comprobar que era posible que anduviera cogido de ese palo, el padre fue cambiando progresivamente el palo de grosor, cada vez más delgado hasta alcanzar casi el tamaño de un esqueje.
Es decir, la rama ya no era segura ni firme, pero el niño seguía asida a ella porque le procuraba la mayor de las seguridades y, sobre todo, porque era su padre quien iba en la otra punta.
Acabó relatando el padre que de la rama pasó a una cuerda y de ésta a un hilo hasta que le soltó y caminó solo. Bueno, solo no, junto a su progenitor, que se encontraba a su lado.
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