domingo, 23 de febrero de 2014

En el camino hacia la inclusión

Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.
¿Para qué sirve la utopía?
Para eso sirve: para caminar
Galeano (2006)

La inclusión de los alumnos/as con discapacidad intelectual es un tema muy debatido, analizado y comentado desde hace algunos años. Durante las últimas semanas, la inclusión ha sido protagonista de muchas conversaciones entre profesionales, familias y población en general. En parte, porque quedan todavía muchos retos por resolver y, en parte, por experiencias como la de Daniel (descrita por Carmen en su blog Cappaces). Daniel, un niño de 11 años, de Palencia (que, además, tiene autismo), ha sido obligado –por ley- a estar escolarizado en un centro de educación específico.

Noticias como esta hacen que pensemos, y repensemos, el concepto de inclusión, su naturaleza como derecho, el papel de los padres y madres en las decisiones que afectan a la vida escolar de sus hijos, la formación de los profesionales, la presencia o no de recursos, etc. Pero, sobre todo, nos advierten de la necesidad de conocer mejor las actitudes, creencias, prejuicios, mitos, barreras mentales y miedos de quienes día a día, pudiendo convertir la inclusión en una realidad, la siguen concibiendo como una utopía inútil de un grupo de ingenuos que no quieren afrontar las dificultades y que se empeñan en negar la discapacidad. 

De todos los comentarios hechos, leídos y escuchados acerca de este tema, rescato la siguiente imagen –basada en las palabras de Gerardo Echeita en alguna de sus obras- que puede ser un ejercicio de reflexión personal para todos...

Todavía quedan muchos obstáculos para conseguir la plena inclusión de los alumnos con discapacidad. Existe aún un muro, de piedra, que hace que, una y otra vez –en algún centro, en alguna ciudad-  fracase el proceso de inclusión de un niño diferente. Cada ladrillo de ese muro contiene una creencia, un mito, una actitud negativa o un miedo que frena este proceso. 

Sin embargo, existen pequeñas grietas entre los ladrillos que hacen que cada uno de ellos se mueva, aunque sea unos milímetros, al empujarlo. Si uno se fija bien, en algún punto del muro, éste se debilita al ejercer presión sobre él. 
Si cada uno de nosotros escogiera un ladrillo y con todas sus fuerzas tratara de moverlo, al final, el muro acabaría cayendo por sí mismo. No hace falta que sean todos a la vez, no hace falta que una sola persona lo destruya. No hace falta que sea hoy. Pero sí que sea un esfuerzo de todos. No importa si eres docente o no, o que tengas relación con la discapacidad o no. No importa que te dediques a la atención directa, a la investigación, que estés estudiando, o que seas voluntario en una organización. Seguramente si te concentras en alguna de las barreras que se ven reflejadas en el muro, podrás contribuir a la inclusión educativa y social de las personas con discapacidad. 
Porque, en definitiva, si somos capaces de levantar muros, también debemos ser capaces de derribarlos. 

4 comentarios:

  1. Una reflexión inspiradora, que expresa leal desazón y el escepticismo que tan a menudo atacan.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Rafael. Es un tema complicado pero, como digo, poco a poco, se puede ir derribando el muro del escepticismo...

    ResponderEliminar
  3. He llegado a tu blog por casualidad, por curiosidad, porque una amiga publicaba en Facebook un link a una entrada tuya.
    Este es un tema del que nunca he tenido mucha idea, no había personas en mi entorno con este problema y nunca me había parado a hacer una reflexión seria sobre ello al margen de lo obvio: que debe ser muy duro, que hay que ayudar en todo lo que se pueda a las familias... vamos, lo que piensa todo el mundo.
    A principios de este curso todo cambió; a clase de mi hijo (infantil de 4 años) llegó A., un niño nuevo, diferente. Y yo, sin tener ni idea, en mi profunda e inconsciente ignorancia, puse un ladrillo más en ese muro del que hablas, me convertí sin querer en una escéptica y pensé que aquella era la peor opción para A.
    Y así he pensado hasta hace un par de semanas. ¿Qué ha cambiado para que yo pase de escéptica a convencida? Que he conocido a A., sólo eso.
    En nuestro cole este curso los viernes por la tarde tenemos talleres de padres. Significa que los padres que quieran (y puedan) proponen y montan un taller y cada semana unos cuantos niños pasan la tarde contigo aprendiendo algo distinto, en mi caso cha-cha-cha (adaptado a 4 años, claro!). Es una actividad fantástica, con un montón de beneficios tanto para niños como para papás, pero nunca pensé que me abriría los ojos de este modo. Ver a A. seguir la clase, aprender a llevar el ritmo con las manos, verle mirarme con la boca abierta, siguiendo mis explicaciones sin perder detalle, igual que el resto de sus compañeros, bailar con él, tomarle sus manitas y ver una sonrisa gigante, sentir que a A. le hace feliz bailar, como a sus compañeros, como a mí...
    Y ahora, leyendo esta entrada de tu blog, pienso que sí, que hay mucho que hacer y muchos escépticos a los que convencer, pero que la inclusión es posible... y que desde hace quince días hay una escéptica menos :-)

    ResponderEliminar
  4. Hola Yolanda,
    me alegro mucho de que hayas llegado hasta mi blog (aunque sea de casualidad!)
    Es una gran suerte que hayas podido conocer a A. y así cambiar algunas de tus creencias, ideas y, sobre todo, vencer tus miedos (que, por otra parte, son naturales...)
    Ahora solo te queda ir "contagiando" a muchos otros escépticos que aún quedan alrededor nuestra. Y si es a ritmo de cha-cha-cha, mucho mejor ;-)

    un saludo,

    araceli

    ResponderEliminar

Participa y escribe tu comentario