Las personas con discapacidad no permanecen
ajenas a este modo de entender el éxito. Con frecuencia, pensamos que cuanto
más se acerquen a nuestro concepto de “calidad de vida”, mejor. Se intenta por todos
los medios reducir esa distancia que parece que separa a una persona con
discapacidad del resto. Los programas de atención temprana, el apoyo escolar,
las actividades extraescolares en las asociaciones, los grupos de autogestión,
los protocolos de prevención del envejecimiento, la formación de los padres,
los programas de apoyo conductual… Y suma y sigue.
En medio de este contexto de exigencia,
planes y estructuras para fomentar todos los logros que consideramos
imprescindibles, de vez en cuando, suceden cosas como esta:
Yo: Y, cuando piensa en el futuro de su hijo, ¿qué es lo que más desea?, ¿cuáles son los objetivos para su hijo ahora mismo?, ¿qué es lo que más valora?
Padre: Muy fácil: lo mismo que para el resto de mis hijos. Que sea feliz. Que sea feliz, sea como sea: hablando, sin hablar, andando o yendo en silla de ruedas, trabajando o haciendo manualidades en casa, viviendo conmigo o con compañeros… Simplemente, que sea feliz.
Y uno se da cuenta entonces de que son
lecciones sencillas como estas las que nos ayudan a no perder el norte.
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