Afortunadamente, hoy en día, se valora la diversidad como un
aspecto que enriquece al ser humano. Decimos sí a la diferencia, sí a la
pluralidad, sí a la heterogeneidad… Es
más, comienza a extenderse el uso de la expresión diversidad funcional, en sustitución de discapacidad.
Sin embargo, todavía no nos hemos liberado del deseo de
normalidad. Muchos padres de personas con discapacidad intelectual anhelan para sus hijos, por encima de todo, un colegio “normal”, un trabajo “normal”, un ocio “normal”…
Algunos ven como una cualidad el hecho de que a sus hijos casi ni se les nota que tienen discapacidad, como una manera de
acercarse a aquellos llamados “normales”.
Efectivamente, a las personas con discapacidad que puedan y
quieran hacer lo mismo que los demás (lo mismo que los que no tenemos
discapacidad), hay que darles oportunidad y apoyos para ello. Pero, ¿qué pasa
con el resto?, ¿qué pasa con los que tienen mayores limitaciones?, ¿qué pasa
con los que más se alejan de esa línea de la normalidad?
El éxito y la calidad de vida no se consigue haciendo lo que
hacen los demás, sino haciendo lo mejor para uno mismo.
Aunque no sea lo normal…
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Fotografía: Salvador Arellano |
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