sábado, 22 de septiembre de 2012

Sobre por qué sonrío


Estaba ayer esperando a que el semáforo se pusiera en rojo y a mi lado hacía lo mismo un señor, de unos 40 años, bien vestido, con una camisa de cuadros perfectamente planchada, pantalones de vestir (y con síndrome de Down), del brazo de la que supongo sería su madre. Este señor miraba uno a uno los botones de su camisa, tocando cuidadosamente y muy despacio cada uno de ellos; asintiendo con la cabeza, murmurando algunas palabras que no llegué a oír. Una y otra vez (durante el minuto y medio de espera), pasó lentamente sus dedos, pequeños y gruesos, por cada uno de los botones, realizando pequeños círculos por los bordes. Parecía asegurarse de que cada uno estaba en su sitio, bien cosido, bien atado.

Mientras, los coches pasaban, los autobuses rozaban la acera al dar la curva, la gente hablaba, sonaban las bocinas y se sucedían todos esos ruidos típicos de una ciudad a media tarde. Pero la concentración de este señor a mi lado, ensimismado en los botones de la camisa, estaba muy por encima de todo el alboroto de su alrededor.  

Inconscientemente, le miré, miré a su madre, y les sonreí.

Más tarde, pensando en esto, recordé el título del blog “Si no me conoces, ¿por qué me sonríes?”  Ahora  respondo –en positivo- a la pregunta que encierra esta frase.


Si no conocía al señor de los botones, ¿por qué le sonreí?


Ilustración: César Diez Torres

Lo hice porque me despertó simpatía inmediata, porque me gustó la forma en que miraba cada botón, con cuidado, con delicadeza. También porque me maravilló su capacidad de concentración, la calma con la que pasaba los dedos por cada botón, la tranquilidad con la que realizaba esta tarea.

Le sonreí porque sé que, para conseguir lo mismo que los demás, probablemente, haya tenido que esforzarse el doble. Porque sé que su madre también ha tenido que hacerlo. Y porque esa capacidad de esfuerzo, de perseverancia y de lucha, es digna de admiración.

Le sonreí  porque fue capaz de intrigarme hasta el punto de querer preguntarle “¿están bien cosidos todos los botones?”.

También porque me recordó a todas las personas con discapacidad que tienen costumbres, hábitos, gustos, motivaciones o preferencias que los demás –movidos por nuestro sentimiento de superioridad- tendemos a tachar de tonterías, manías absurdas o “locuras”. Le sonreí como una forma de disculpa por todas esas veces que nosotros, los “más capaces”, les hemos dicho qué tienen que hacer, qué deben pensar, cómo tienen que vestir, qué cosas les tienen que gustar… Por todas las veces que, probablemente, personas de su alrededor (personas que le quieren) le habrán dicho “deja los botones en paz”.

Le sonreí  porque, en ese momento, observando sus movimientos, comprendí que no son ellos quienes no han entendido al mundo sino al revés.  

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