miércoles, 10 de agosto de 2016

Sobre lenguaje y realidades

Continuamente salen a la luz debates que parece que tienen que ver con el lenguaje pero que encierran temas mucho más complejos. Escucho cómo la gente se posiciona de un lado o de otro. Algunos me preguntan. Muchos critican la “hipersensibilidad” de las personas con discapacidad, y de sus familias. Alegan que el lenguaje se debe al uso que la gente hace de él, y que no se puede cambiar “artificialmente”. Otros se oponen: el lenguaje crea realidades y, como tal, es un arma poderosa de exclusión, o inclusión.

Y, siempre, en medio de todas las disertaciones, me imagino conversaciones cotidianas como esta…
- Mire, le agradecería que para hablar de mi hijo se refiriera a él como [Inserte nombre], y no como “el autista” (se puede sustituir por “el retrasado”, “el subnormal”, “el raro”, “el Down”, “el deficiente”). 
- Pero eso ¿por qué? Tendrá que reconocer la deficiencia de su hijo, ¿no? 
-  Bueno… mi hijo tiene una serie de limitaciones, sí. Pero es mucho más que simplemente su autismo, su síndrome, su condición… 
- Lo que yo creo es que usted no ha aceptado a su hijo tal y como es. Estará en la fase de negación… He oído hablar de eso, dicen que es como pasar un duelo. Probablemente, llegue el momento en que pueda aceptar su situación.  
- Sí, sí que lo he aceptado, créame. Pero, repito, cuando miro a mi hijo veo a [Inserte nombre], y no a “un autista” (de nuevo, se puede sustituir por “un retrasado”, “un subnormal”, “un raro”, “un Down”, “un deficiente”).  
- No pretenderá usted negar que su hijo no es como los demás… Es de cajón que no es normal. 
- No, no. Lo sé. Lo conozco bien. Pero, de verdad, es que hay mucho más allá de la discapacidad. El resto de mis hijos no son tampoco como los demás, todos son diferentes. La percepción de la “normalidad” es algo realmente muy discutible.  
- Bueno… todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de normalidad. Y es que no es lo mismo ser diferente por tener el pelo de otro color que ser diferente por ser deficiente. 
- En serio, conozco cómo es mi hijo. Conozco el autismo (el síndrome de Down, etc.). Lo conozco mejor que usted. Por eso mismo, debería hacerme caso... El autismo de mi hijo conlleva dificultades, pero actitudes como la suya son barreras mucho peores. 
- Ya, claro. Ahora me dirá que el autismo es neutral, que no es nada malo. Y que la culpa es de los demás… 
- Hombre, yo no quería tener un hijo con autismo pero, vaya, si el mundo fuera de otra manera, a lo mejor no sería tan difícil. 
- ¡Ya lo que nos faltaba! Ahora resulta que tenemos que cambiar los demás para hacer la vida más fácil de unos pocos. ¡Cualquier día viene un ciego y dice que él tiene derecho a ver…! 
- Es un poco más complicado que eso, yo si quiere se lo explico. Pero nos llevará un rato. 
- Mire, no tengo tiempo. Yo también tengo hijos que atender, a ver si se cree usted que es la única. 
- Claro, claro. Váyase usted. Por cierto, ¿cómo se llaman sus hijos?




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