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Un niño grande, un bebé
para siempre, compañía de por vida, eterna infancia… Estas, entre otras,
son expresiones que muchos padres y madres de personas con discapacidad han
tenido que escuchar a lo largo de su vida. Forman parte de una “construcción” cultural, elaborada a base de prejuicios y estereotipos, según la cual las personas con discapacidad
permanecen de por vida en un estado infantil. Existe una tendencia a creer que
las personas con discapacidad no crecen, no maduran, no envejecen psicológicamente,
no evolucionan. Como consecuencia, se les da un trato infantilizado, que no se
corresponde con su edad, y que se
manifiesta de diversas maneras: desde el lenguaje utilizado para referirnos
a las personas con discapacidad (“el crío, la chica”, diminutivos, etc.), hasta
ciertas ideas y juicios sobre su vida (no necesitan intimidad, son asexuales,
etc.), pasando por el modo en que nos dirigimos a ellas (tono emocional
paternalista, simplificación del lenguaje, etc.).
En cierta medida, esta idea tan extendida tiene una explicación
lógica (al menos, entendible...). Las personas con discapacidad, con frecuencia, no alcanzan ciertos
hitos que marcan las diferentes etapas vitales y que nos recuerdan –de algún
modo- que envejecemos (salida del hogar, matrimonio, llegada a la universidad,
etc.). Además, cuanto mayores son las necesidades de apoyo de la persona, más
nos recuerda su conducta al comportamiento de un niño (por ejemplo, si hay que darle de
comer, si no habla, si no comprende razonamientos complejos, etc.). Por otra
parte, al permanecer durante más tiempo en el contexto familiar, y tener menos
oportunidades para la vida independiente, las personas con discapacidad pueden “estancarse” de algún modo en sus roles como hijos/as, necesitados de la
protección y vigilancia de sus mayores.

Así que no, las personas con discapacidad no son niños
eternos. No viven en una infancia permanente. No necesitan vigilancia constante
ni un trato paternalista. No quieren, ni reclaman, compasión. No viven de la
pena ni de las miradas por encima del
hombro. Las personas con discapacidad también crecen. Y negar esto es negarles
el derecho a tener una vida plena.