Una tarde de verano, en la piscina. Un grupo de adolescentes divirtiéndose en el agua. Uno bucea con unas gafas azules, vistosas, grandes, llamativas. Una chica, sentada en el bordillo, le grita “¿Sabes qué pareces? Con esas gafas parece un subnormal”. Ella y su amiga se ríen. Él se acerca y les salpica. Ellas siguen riéndose, levantándose apresuradas para no mojarse. Él les salpica aún más y grita “Tú sí que pareces subnormal con esa cara”. También riéndose. Las chicas se alejan y hacen gestos con los brazos, balanceándolos de un lado a otro, mientras emiten sonidos extraños (como si fueran focas aunque, obvio, pretenden ser otra cosa).
En
estos días en los que se habla tanto del humor y de aquellos que se ofenden, en
ese momento, se me llena la cabeza de preguntas. Me pregunto si será verdad
aquello de que el humor es ficción. Imagino que el grupo de adolescentes no son
malas personas. Imagino que no pretenden ofender. Imagino que esa broma la
habrán oído, y hecho, miles de veces. Para qué elegir otro insulto si existen
los “subnormales”. Que hablan raro, miran raro, llevan gafas raras, se mueven
raro… Por qué no hacer humor de un grupo que, al fin y al cabo, tiene otros
muchos problemas más urgentes. Por qué no, si siempre nos ha hecho gracia. Si
tradicionalmente han sido objeto de burla, de escarnio, de desprecio. ¿Por qué
no seguir haciendo humor a su costa? ¿Por qué no reírse de un chiste aislado
que (dicen) no tiene por qué ser reflejo de lo que uno de verdad siente, o
cree?
Pienso,
otra vez, en los límites entre ficción y realidad. El chiste (dicen que) es una
ficción. La realidad es la discriminación diaria, en las escuelas, en los trabajos,
en las relaciones personales, en el ocio. Quizá esa sea la lucha, y no
ofenderse por una broma, (dicen que) inofensiva. Pienso en hasta qué punto es
legítimo sentirse ofendido por algo así. En si el derecho a la libertad de
expresión (y a hacer chistes sobre lo que a uno le apetezca) riñe con el
derecho a sentirse ofendido y pedir respeto. También en si es legítimo
ofenderse si uno no es un “subnormal”. Pienso en si mi reacción hubiera
cambiado de haber tenido un hijo “subnormal”.
Pienso,
otra vez, en eso de la ficción y la realidad… En que quizá lo que para alguien
es ficción para otros es realidad. En que quizá la ficción construya
realidades. Quizá la ficción ayude a crear la realidad. O no. Quizá sea
consecuencia de la realidad. O causa.

Los
límites entre ficción y realidad… Ofenderse o no… Sigo pensando en esto. Este
pequeño chiste en la piscina… ¿Afecta a la vida de aquellos considerados
“subnormales”? ¿Contribuye o no a todos esos otros problemas que (dicen) sí son
reales? ¿Impiden que esos problemas se superen? ¿Tiene algo que ver o no? Ese
chiste, ¿no será como una piedrita en el zapato? Una piedrita inofensiva, pero
que duele. Una piedrita que, a pesar de ser pequeña, no deja caminar…
Pienso
en todas estas cosas y, cuando me doy la vuelta, veo que el grupo de
adolescentes ya se ha ido y probablemente ni se acuerden de lo que ha sucedido
apenas hace unos minutos. Y salgo del agua, con todas estas preguntas en la cabeza
que igual que el chiste, parecen ficción pero que, para mí, forman parte de la
realidad.