Ojos
que no ven, corazón que no siente…
Muchas veces, pensamos que es mejor
preservar la inocencia (aparentemente perpetua) de las personas con
discapacidad, intentando hacerles creer que no tienen nada diferente, que son
exactamente iguales que todos los demás. Pensamos que, de esta manera, protegemos
su autoestima. Es difícil compararte con los demás y darte cuenta de que no
eres tan bueno, o tan listo, o tan rápido, o tan guapo. Es complicado ver que
no siempre ganas, que hay muchos otros que hacen las cosas mejor que tú. Esa
amiga que canta y toca la guitarra, cuando tú no eres capaz de recordar las
canciones por mucho que las escuches. Ese hermano que siempre saca buenas
notas. Ese compañero de clase que le cae bien a todo el mundo, con el que
siempre quieren hacer los trabajos. Este sentimiento de fracaso, momentáneo, lo
hemos sufrido todos y lo seguimos haciendo a diario.
Con frecuencia, padres y madres temen
ese momento en que sus hijos/as con discapacidad intelectual les pregunten:
¿Qué me pasa? ¿Por qué me miran? ¿Por qué yo no hago/ no puedo/no voy/ no estoy…?
(algo que sucede, en muchas ocasiones, durante la adolescencia). A muchos les
gustaría proteger a sus hijos de todas esas miradas ajenas, y cuchicheos, que
juzgan e interrogan sobre qué le sucederá a su hijo/a. Y piensan... Ojalá un
mundo en el que tener una discapacidad no signifique sufrir más, ni tener menos
oportunidades. Ojalá un mundo en el que abiertamente, sin miedo al prejuicio y
al rechazo, se pueda vivir la discapacidad de un modo natural.
Es hasta cierto punto lógico, por
lo tanto, la tendencia a querer proteger a las personas con discapacidad para
que ciertas de sus características no mermen su autoestima y no se conviertan
en obstáculos para su bienestar. Y esto puede llevarnos a un camino equivocado,
el querer esconder la discapacidad, estableciendo una especie de código del
silencio, según el cual éste es un tema tabú. Pero, a pesar de este silencio,
las personas con discapacidad (cada una a su manera y en función de sus
capacidades) se saben y se sienten diferentes. Las experiencias vividas y el
propio conocimiento que uno adquiere de sí mismo, por mínimo que sea, crean una
imagen sobre quiénes somos. Imagen que solo puede verse mejorada y
perfeccionada con ayuda de los demás.
Por eso, es importante apoyar a las
personas con discapacidad a conocerse, con sus capacidades y limitaciones. Con sus
fortalezas y debilidades, enseñándoles que si bien la discapacidad forma parte
de sus vidas, no es esto lo único que las define. Y acompañándoles para que
sean capaces de afrontar las dificultades de la vida, como haríamos con cualquier
otra persona querida.
Porque, como en algún otro momento
de este blog se ha dicho, solo cuando uno sabe quién es, puede decidir hacia dónde
dirigirse.
*Algunas ideas más sobre el autoconocimiento y la
autoestima en entradas pasadas, por ejemplo AQUÍ y AQUÍ. ![]() |
Muchacha joven delante de un espejo, de Picasso |