Estaba ayer esperando a que el semáforo se pusiera en rojo y
a mi lado hacía lo mismo un señor, de unos 40 años, bien vestido, con una
camisa de cuadros perfectamente planchada, pantalones de vestir (y con síndrome
de Down), del brazo de la que supongo sería su madre. Este señor miraba uno a uno los botones de su camisa, tocando cuidadosamente y muy despacio cada uno de ellos; asintiendo con
la cabeza, murmurando algunas palabras que no llegué a oír. Una y otra vez (durante
el minuto y medio de espera), pasó lentamente sus dedos, pequeños y gruesos,
por cada uno de los botones, realizando pequeños círculos por los bordes.
Parecía asegurarse de que cada uno estaba en su sitio, bien cosido, bien atado.
Mientras, los coches pasaban, los autobuses rozaban la acera
al dar la curva, la gente hablaba, sonaban las bocinas y se sucedían todos esos
ruidos típicos de una ciudad a media tarde. Pero la concentración de este señor
a mi lado, ensimismado en los botones de la camisa, estaba muy por encima de
todo el alboroto de su alrededor.
Inconscientemente, le miré, miré a su madre, y les sonreí.
Más tarde, pensando en esto, recordé el título del blog “Si
no me conoces, ¿por qué me sonríes?” Ahora
respondo –en positivo- a la pregunta que
encierra esta frase.
Si no conocía al señor de los botones, ¿por qué le sonreí?
Ilustración: César Diez Torres |
Lo hice porque me despertó simpatía inmediata, porque me
gustó la forma en que miraba cada botón, con cuidado, con delicadeza. También
porque me maravilló su capacidad de concentración, la calma con la que pasaba
los dedos por cada botón, la tranquilidad con la que realizaba esta tarea.
Le sonreí porque sé que, para conseguir lo mismo que los
demás, probablemente, haya tenido que esforzarse el doble. Porque sé que su
madre también ha tenido que hacerlo. Y porque esa capacidad de esfuerzo, de
perseverancia y de lucha, es digna de admiración.
Le sonreí porque fue
capaz de intrigarme hasta el punto de querer preguntarle “¿están bien cosidos todos los
botones?”.
También porque me recordó a todas las personas con
discapacidad que tienen costumbres, hábitos, gustos, motivaciones o
preferencias que los demás –movidos por nuestro sentimiento de superioridad-
tendemos a tachar de tonterías, manías absurdas o “locuras”. Le sonreí como una
forma de disculpa por todas esas veces que nosotros, los “más capaces”, les
hemos dicho qué tienen que hacer, qué deben pensar, cómo tienen que
vestir, qué cosas les tienen que gustar… Por todas las veces que, probablemente,
personas de su alrededor (personas que le quieren) le habrán dicho “deja los
botones en paz”.
Le sonreí porque, en
ese momento, observando sus movimientos, comprendí que no son ellos quienes no
han entendido al mundo sino al revés.
Me encanta...te mando una sonrisa.
ResponderEliminarPara mi, por mucho, el mejor post.
ResponderEliminarGracias Rubén! Yo te mando otra :D
ResponderEliminarGracias Roberto!
ResponderEliminarPreciosa reflexión! deberíamos hacerlo tod@s más a menudo
ResponderEliminarUn saludo!
Anna
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchas gracias Anna!!
ResponderEliminarFue una situación real que me dió que pensar...