lunes, 14 de diciembre de 2015

Cabeza, manos y corazón

Muchas familias con hijos con discapacidad intelectual viven en el continuo dilema: autonomía vs protección. La mayoría de padres y madres desean que sus hijos sean autónomos e independientes pero no saben cómo apoyarlos para eso. Al trabajar con las familias, muchas veces los profesionales aportan técnicas, estrategias, herramientas que simplemente trasladan desde su contexto y experiencia formal (escolar o terapéutica) al ámbito del hogar. Pero este “traspaso” artificial no funciona: las técnicas no encajan en sus dinámicas y rutinas familiares, no convencen a los padres, no representan su visión sobre la calidad de vida para su hijo, no logran hacerlas suyas

Esto sucede muchas veces porque simplemente nos quedamos en el nivel de las “técnicas”, de las normas, de las reglas, de los “debería”… pero no nos preocupamos por conocer a fondo la realidad familiar.  Se aportan a las familias recetas que, ciertamente funcionan en determinados ambientes, pero que no son propias de un contexto informal. No tenemos suficientemente en cuenta que las relaciones entre los miembros de la familia no son las mismas que entre alumnos-profesores, pacientes-terapeutas; tampoco los son las dinámicas, los tiempos, las prioridades, las vivencias, normas de funcionamiento y organización, etc. El universo familiar no  es, ni debería ser, una copia de un contexto formal. Por eso, más allá de “listados” sobre estrategias determinadas, es importante  plantear la intervención y el apoyo a los padres y madres desde un punto de vista global: atendiendo a sus creencias, afectos y conductas. Hay que intentar, de verdad, comprender el mundo familiar para así ajustar los apoyos a su realidad concreta y única. 

Concretamente, para trabajar la autodeterminación con los padres y madres puede servir la siguiente propuesta…

Objetivo
Analizar decisiones diarias que los padres realizan sobre la vida de sus hijos, detectar posibles incoherencias o discrepancias entre lo que creen, lo que sienten y lo que hacen, y buscar soluciones a dudas en cualquiera de los tres elementos (no tengo información, no se cómo me siento, no se cómo actuar…). 

Procedimiento
(1) Presentar diferentes situaciones que tengan que ver con elecciones, decisiones, autonomía, autoconocimiento, etc.
Por ejemplo, un padre pide un cambio de clase para su hija con discapacidad porque se entera de que tiene un novio. Dice que le da miedo y que prefiere separarla de este chico (al no estar en su misma clase ya no se ven).
(2) Guiar la discusión y reflexión en grupo sobre las situaciones desde cada plano (creencias, emociones, conducta).
¿Qué creencias, información, ideas… guiaron la conducta de este padre? ¿Qué ideas mantiene este padre respecto a la vida sentimental de su hija? ¿Cuáles son los sentimientos y emociones que generó en él esta situación? ¿Cuáles fueron sus miedos concretos? ¿Existen emociones contradictorias? (por ejemplo, querer una vida sentimental sana para su hija y el miedo a que no sepa cómo gestionar su sexualidad…) ¿Cuál fue su comportamiento? ¿Cómo resolvió, en la “práctica” esta situación? (Pedir un cambio de clase)
(3) Reflejar lo trabajado de manera gráfica
Por ejemplo, colocar con post its las ideas en las diferentes partes de una imagen: cabeza, corazón y mano.
(4) Buscar mejores soluciones 
¿Podría actuar de un modo más coherente con mis creencias? ¿Puedo modificar mis emociones respecto a una situación concreta? ¿Se corresponden mis sentimientos con la información real que tengo? ¿He actuado de acuerdo a mis principios o valores? ¿Me faltan estrategias para actuar de modo correcto?


Dinámicas sencillas como esta nos pueden ayudar a comprender mejor a las familias, a entender mejor por qué actúan del modo en que lo hacen, cuál es su visión sobre su propia vida y la vida de su hijo y cómo podemos apoyarlas. Así, además, quizá también los padres y madres comprendan mejor aquello que proponen los profesionales y, por fin, avanzar hacia la misma dirección. 

miércoles, 9 de diciembre de 2015

"En manada"

Hace unos días se difundió por internet este vídeo, que tiene como protagonista a una cría de elefante atrapada en una charca de barro. El pequeño elefante se esfuerza en vano, un rato largo, para salir de allí. No tiene fuerza, sus patas son muy cortas, no cuenta con una estrategia eficaz, está perdido, desorientado… Aún así, sigue esforzándose, asoma su pequeña trompa y estira sus patas lo más que puede. Después de varios intentos, logra salir ayudado por el resto de la manada.




Inmediatamente este imagen me recordó a la situación de muchas madres, y padres, con hijos con discapacidad. Sus niños se encuentran, con frecuencia, en un medio hostil. Un lodazal. Como el pequeño elefante, se esfuerzan, buscan la salida, pero no cuentan con las herramientas necesarias para avanzar. Por más que lo intentan, cada vez se hunden más. Sus familias (en este caso, “mamá elefante”…) tratan de empujarles, les ofrecen su apoyo, buscan el mejor modo de hacerlos avanzar. Por si acaso, no se separan mucho de ellos, no quieren dejarlos solos en medio del barro. Saben que, sin ellas, no tardarían en hundirse aún más. Igual que el elefante del vídeo, sin embargo, también saben que por sí solas es muy difícil salir de la charca. Miran a su alrededor, hacen señales, piden ayuda…

Como en el vídeo, hay momentos en que madre (padre) e hijo están aislados, enfrentándose a su “problema” sin más recursos que ellos mismos. Patalean, la madre se mete en la charca, empuja a su hijo… Pero nada…

Entonces, el resto de la manada, se da cuenta de la situación. Y, poco a poco, se van acercando al niño. A la charca. Se miran unos a otros. Se dan cuenta de que el pequeño elefante es uno de los suyos y de que, probablemente, también en algún momento ellos mismos han estado, o estarán, atrapados en el fango. No le echan en cara que no sea capaz de salir por sí mismo, son conscientes de que el pequeño no tiene la fuerza ni las habilidades necesarias. El problema no lo tiene él, el problema está en el barro, el agua, la profundidad del charco, que hace imposible que la cría salga de él... 

Así que deciden, juntos, ayudarle. Y así, el pequeño logra salir. Sigue teniendo las patas cortas, sigue sin ser fuerte por sí mismo pero ha superado el obstáculo. Ha salido y, ahora, todos juntos, pueden seguir su camino…

(Moraleja: aquí, o nos manchamos todos de barro, o no avanzamos…)