Se oye hablar mucho de la revolución de la enseñanza, de los
nuevos modelos educativos que deberíamos implantar.
“Los niños no aprenden, no se valora
el esfuerzo, la escuela está anticuada, proporciona una instrucción obsoleta, necesitamos
respetar los intereses del alumno, partir de sus conocimientos, promover su
autonomía y creatividad…” Todas estas ideas se reciben con
entusiasmo, por su aparente aire de novedad y cambio.
Pensando acerca de estas cuestiones
y reflexionando sobre el sentido de las competencias funcionales (aquellas que
tengan un impacto real en la vida del alumno), me encuentro con el siguiente
texto de Pestalozzi, uno de los padres de la pedagogía.
“En tanto los maestros no se tomen la molestia o no sean capaces de infundir en sus alumnos un vivo interés por aprender, no tienen derecho a quejarse de su falta de atención ni de la adversión de algunos niños hacia la enseñanza. Si pudiéramos ser testigos del indescriptible aburrimiento que invade el alma infantil cuando se pasan un tras otra las fatigosas horas ocupándose en cosas que no causan ningún aliciente en los niños, ni pueden parecerles de alguna utilidad, y si quisiéramos acordarnos de esos mismos hechos que nos ocurrieron en nuestra propia infancia, no nos extrañaríamos más de la pereza del escolar que se arrastra hacia la escuela como una babosa…”
Pestalozzi, J. H., Cómo Gertrudis enseña a sus hijos (1801).
De repente, me siento muy culpable
de no haber escuchado a Pestalozzi hasta más de 200 años después… Y espero que
la revolución de la que tanto hablamos no tarde tanto en llegar.
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