¿Sabes
lo que dicen los niños de la plaza? Que
los subnormales no van al cielo, van al infierno
Esta es una frase
extraída de un artículo histórico que publican en 1978 en la revista Cuadernos
de Pedagogía, Pilar Gayá y Rosa Mª Calderer, maestras en colegios de Educación
Especial. El artículo es una transcripción literal de fragmentos de
conversación entre alumnos/as de 7 a 17 años en dichos centros, que giran en
torno a cómo perciben y viven sus diferencias. Básicamente, surgen sentimientos
negativos hacia el concepto “subnormal” como una etiqueta que llevan allá donde
van y que todo el mundo, ajeno a su realidad, señala y ridiculiza.
Eh
profesor… ¿por qué pone “subormales profundos” ¿Qué cuando piensas que como si
estuvieras dentro del agua y no pudieras salir, o qué? ¿Un subnormal profundo
con algo ni con nada no puede aprender nunca, nunca? ¿Ni que le ayuden?
La diferencia como un
peso que arrastra, que hunde, que sumerge, y que difícilmente deja salir a
flote. Ni con ayudas, ni con apoyos. Un lastre de por vida que, además, es
motivo de burla y desesperanza.
Esto
es lo que más me empreña. Cuando llego al coche y me dan la carta [con el sello
del Patronato] lo tacho, lo tacho hasta que no se nota. No sé, me entra una
rabia…
La conciencia de su
condición aparece íntimamente ligada a la vergüenza. Nadie quiere ser “subnormal”,
no es motivo de orgullo sino que más bien, genera rabia y frustración. Los chicos
refieren ser señalados, insultados, humillados. Los demás hablan de su “colegio”,
de sus problemas, de sus locuras, de su mundo aparte. Continuamente, la línea
que separa a los “normales” del resto, esa línea imaginaria que todos hemos
trazado y que nos ha servido para esconder, o al menos aislar, todo aquello que
no nos ha gustado.
La debilidad, la dependencia, la fragilidad. Algo tan humano
y cotidiano y, a la vez, tan incómodo de vivir. Niños subnormales. En colegios
para subnormales. Con educadores para subnormales. Siempre con la etiqueta por
delante para que, de alguna manera, descarguemos en ella toda la
responsabilidad. No puede integrarse porque ES subnormal, no puede aprender
porque ES subnormal, no puede entrar en este o aquel centro porque ES
subnormal. La familia está agotada porque su hijo ES subnormal. Los padres,
pobres padres, ¿cómo van a estar si tienen un hijo que ES subnormal?
Subnormal, tonto, loco,
idiota, raro, discapacitado, minusválido, diferente… Palabras que resuenan
en la cabeza de alumnos como los de Pilar y Rosa. En 1978 y hoy en casi cualquier
aula. Quizá hayamos cambiado las palabras, sí hemos avanzado, pero a paso tan
lento que muchas personas, muchos alumnos viven continuos dilemas y sufrimiento
en relación a su identidad. ¿Por qué yo? ¿Por qué soy así? ¿Quién me ha hecho
así?
Estas son algunas de las
conclusiones que escriben las autoras y que, francamente, son más actuales que
nunca:
Este niño que no sigue se convierte en
un estorbo para el maestro que por otra parte se ve imposibilitado para atenderle.
¿Qué hacer con ellos? ¿Cómo hacer para que se integren en la máquina escolar?
Se intentan soluciones: cursos paralelos, aulas especiales... hasta llegar a la
escuela especial. Nadie quiere estos cursos paralelos porque el trabajo es
ingrato y poco brillante, los niños toman conciencia de ser los tontos y se
agravan los problemas. Todo ello contribuye a desenfocar el problema, se
margina al niño difícil agrupándolos y separándolos del resto, de manera que no
se ponga en cuestión el mismo sistema escolar, manteniendo la situación de la
escuela actual sin plantearse soluciones eficaces.
En los momentos de mayor espontaneidad
surgen sentimientos de una gran desvalorización de sí mismos, conceptos
degradantes, reflejo de lo que se oyen decir por el hecho de ir a una escuela
de subnormales. Esto crea la marginación y hay que darle un nombre. Los que no
siguen la norma de la escuela son los subnormales. El mismo sistema que fomenta
la jerarquización tiene entonces la necesidad de aparentar una protección hacia
los menos dotados, cuando lo que está haciendo en realidad es aumentar cada vez
más estas diferencias...
El niño, así marginado, no es raro que
viva esta situación como una profunda autodesvalorización, al no ser capaz de
responder a las aspiraciones de su entorno. Es posible que en algunos casos
tuviera que existir una escuela con unas características determinadas para acoger
niños profundos o muy inadaptados; pero incluso en estos casos como ayuda real
al niño, procurando no apartarlo de los otros niños de su barrio, etc., nunca
como cajón de sastre para recoger y silenciar los fallos de la escuela normal.
No sabemos si los
subnormales irán al infierno. Pero, desde luego, hagamos que no tengan que
vivirlo en la tierra.
*Bibliografía: Gayá, P., y Calderer, R. (1978). ¿Los subnormales van al infierno? Cuadernos de Pedagogía número 38.